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Defensor de los derechos humanos: Breve relación de los hechos de octubre

Actualizado: 14 abr 2019

26 FEB 2019

Ignacio Vera de Rada I Columna de opinión


La ciudad se destacaba en el paraje de los Andes con sus colores pardos y amarillos de siempre. Los edificios, como gigantes de cemento y vidrio, eran testigos presenciales de tiempos nebulosos. Al fondo, como abuelo que sabe todas las historias de crimen y justicia, tutela el Illimani con sus nieves que también lo saben todo de La Paz. En esta ciudad vive el sentimiento de un país que necesita la pacificación.


El helicóptero que tenía a Gonzalo Sánchez de Lozada en su interior se veía en el cielo huyendo de un destino que hubiese sido quizá más macabro que el que se vivió. Pero antes de esto, sucedió lo que sigue.

“Los muertos te van a enterrar”, dijo el entonces vicepresidente, Carlos D. Mesa, al presidente de turno, Sánchez de Lozada, mientras éste último se lambisqueaba los dedos y comía su plato paceño con glotonería. Encendió su puro y respondió: “Hay tres cosas que no haré: renunciar, llamar a un referéndum y convocar a una Asamblea Constituyente”. La verdad es que Goni estaba más atento a su comida que al cataclismo que se desataría atroz en muy poco tiempo.

"Mesa trató de conformar algo que hasta ese entonces era insólito y sin precedentes, una forma de gobierno que ya se había planteado él mismo en uno de sus libros: un gobierno de ciudadanos"

El país se estaba convulsionando. La tensión iba creciendo en una espiral sin freno y se pronunciaban discursos que pedían la renuncia de Goni, pero éste se aferraba a la más grande idea del sinsentido.


Se daban tensas conversaciones entre Mesa y Goni, pero él mantenía su posición terca de intervenir con el Ejército. El precio de mantenerse en el poder, para Sánchez de Lozada, era la utilización de la violencia. Y estuvo dispuesto a pagar ese precio. Sin embargo,  su vicepresidente, Mesa, se oponía a actos tan sórdidos, los separaban, pues, las ideas que cada uno tenía de la vida y los Derechos Humanos.


Hubo un momento en que las relaciones, tan desgastadas ya, no podían continuar, y se produjo la ruptura en el seno del gobierno. Carlos Mesa llamó a conferencia de prensa y en ella anunció su decisión de romper su relación con el Ejecutivo. Mesa se condujo más por las convicciones democráticas del respeto a la integridad física de los bolivianos que por los preceptos practicistas de Maquiavelo y Hobbes.

Carlos D. Mesa / Foto recortada de la portada del libro "Presidencia sitiada"
Carlos D. Mesa / Foto recortada de la portada del libro "Presidencia sitiada"

Entonces, Mesa se vio aislado porque el parlamento le bloqueó y le despojaron de toda fuerza política en el seno de las cámaras. Y trató de conformar algo que hasta ese entonces era insólito y sin precedentes, una forma de gobierno que ya se había planteado él mismo en uno de sus libros: un gobierno de ciudadanos. Y gobernó sin partidos, con personas notables y sobresalientes en distintos campos. Así, impulsó nuevamente los Derechos Humanos que habían sido sistemáticamente violados, reformó la Constitución e intentó descentralizar el poder de la lógica del partidismo clásico y ortodoxo. Se trató de llegar, de esa manera, a la idea de la comunidad de ciudadanos. Pero los momentos eran de suma tensión y las ideas idealistas no pudieron hallar en ese contexto un ambiente propicio para su buen desarrollo.


Algunas personas allegadas al vicepresidente acompañaron a éste en los momentos más críticos; entre ellas, Lupe Cajías, Oswaldo Candia, José Galindo… La decisión de la ruptura estaba vinculada a un principio de la defensa de la vida humana y de los Derechos Humanos.


“No tengo el valor de matar”, dijo Mesa en un mensaje dirigido a la Nación. “Ni estoy con la filosofía de quienes creen que la razón de Estado lo justifica todo, ni estoy con la filosofía de los instrumentos y las banderas radicales que pretenden que llegó el momento de destruirlo todo para construir una utopía que nadie sabe a dónde va ni qué quiere”.


El hasta entonces vicepresidente de la república consideró la idea de renunciar al cargo, pero su instinto de historiador se lo impidió, o por lo menos le dijo que lo mejor era no hacerlo. Su ilustración en historia muchas veces le llevó a tomar una u otra decisión en su vida. Entonces se dio cuenta de que, potencialmente hablando, la mayor labor del Vicepresidente es suceder al Presidente y garantizar la democracia.


La noche del 17 de octubre de 2003 se inició en el país una etapa importante hacia la transición democrática en muchos sentidos.



Ignacio Vera de Rada es licenciado en Ciencias Políticas (Universidad Católica Boliviana "San Pablo") con estudios en lenguas clásicas en la Universidad de Salamanca, escritor y periodista.

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