23 MAR 2019
Adolfo M. Urquizo I Opinión
En las últimas décadas de nuestra historia se ha consolidado la característica urbana de nuestras sociedades como un estándar global, aprovechando las ventajas de las ciudades como generadoras de empleo, riqueza, bienes y servicios. Este mismo proceso, al igual que todos los cambios en el modo de vivir del ser humano, trajo consigo sus propios retos y problemáticas. Desde las ciudades más pobres hasta las más prósperas, cada una desarrolla una serie de patologías resultado de cientos de miles de personas intentando vivir, trabar y cubrir sus necesidades en territorios cada vez más densamente poblados, de manera autónoma pero coordinada.
La ciudad contemporánea alberga una infinidad de interacciones entre los individuos que la conforman, en múltiples niveles y espectros, los cuales sólo tienden a hacerse más complejos y difíciles de detectar conforme avanza la tecnología que la sostiene. Sobre estos mismos avances no solamente se construyen complejas redes de cooperación, si no también se disuelven las distancias y fronteras que las separan entre sí, generando paulatinamente el aspecto de la ciudad global, indeterminada, líquida, como propondría Bauman.
Las formas de organización social, sin embargo, evolucionan de forma mucho más lenta que la tecnología. Los sistemas de organización colectiva son incapaces de seguirle el paso al individuo en su búsqueda del crecimiento y la felicidad, ya que por naturaleza carecen de la información necesaria para ello: el valor subjetivo que cada persona le da las cosas, las experiencias y las relaciones. Tal es el caso de la organización y administración moderna de las ciudades, las cuales los gobernantes entienden aún como animales salvajes que hay que domar, cayendo nuevamente y sin aprender de la historia en la fatal arrogancia del planificador que, en base a fórmulas y algoritmos, pretende ilusoriamente adelantarse y dirigir la vida en las ciudades (y sociedades), estableciendo donde se trabaja, donde se pasea y donde se vive, dictando también cual es el mejor modo y tiempo de hacerlo, apoyando todas sus decisiones en el poder coercitivo del estado.
Si bien el nivel de desarrollo de las ciudades generará una gama diversa de problemas en cada situación, generalmente la solución encontrada seguirá el mismo proceso, donde un gobierno local pretenderá comprender todas las variables posibles de la situación, las necesidades y deseos de todos los afectados y venderá a su población cautiva la ‘’solución óptima’’ respaldada en planificadores del más alto nivel. Sin embargo en la gran mayoría de estas problemáticas puede rastrearse el origen de la situación a estos mismos procesos anteriormente aplicados de forma coercitiva y sin una capacidad de análisis efectivo.
La posibilidad real de sobrellevar la constante generación de dificultades y emergencias en la vida urbana no pasa por una suntuosa planificación, sino por la aplicación de un urbanismo resiliente, capaz de adaptarse y adaptar la estructura física y social de la misma ciudad a la incertidumbre, haciéndola parte de sí. La proyección de la ciudad hacia el futuro debe ser clara y firme en sus normas de convivencia (dígase un código de urbanismo) pero flexible programáticamente; que genere oportunidades para la implementación de programas interinos y usos espontáneos. Su misma característica indeterminada permitirá la intervención con un menor requerimiento de capital y una adaptabilidad mayor, no sólo desde el punto de vista del usuario sino también ante el medio ambiente, en un periodo en que el cambio climático y social es permanente.
Si bien los proyectos y planes urbanísticos a gran escala aparecieron ya el siglo pasado y se implementaron de muchas maneras alrededor del mundo, es sólo en las últimas dos décadas que se mueve la atención a métodos más efectivos para la transformación positiva de la vida urbana con intervenciones más cercanas al usuario y comúnmente dirigidas desde el sector privado y no desde un ente central. Esta característica de independencia permite a estas intervenciones una relación sincera para la resolución de las necesidades y preferencias del individuo así como sus condicionantes y limites económicos. A diferencia de un emprendimiento estatal, un proyecto con su génesis en la comunidad misma y llevado a cabo por medios privados se mantendrá vigente por más tiempo y con un impacto mayor en su entorno.
En un urbanismo útil se encontrará un catalizador de la cooperación espontánea, que dirija al sector privado hacia proyectos de mayor envergadura para satisfacer sus necesidades, evitando lo contrario, la urbanización irracional y la especulación derivada de la intervención estatal.
Adolfo Mauricio Urquizo es director Nacional de Estudiantes por la Libertad y Campus Ambassador para la Foundation for Economic Education. Es arquitecto por Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra con especialización en Project Management (Universidad degli Studi di Genova, Italia).
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